JOSÉ FRANCISCO MESA RODRÍGUEZ
Presidente de Ser, Comunidades saludables y Buentrato
Siempre digo que nací a los dieciocho años. A esa edad pude huir de mi pueblo a la ciudad. Sufrí acoso en mi entorno cotidiano, escolar y social, desde los seis a los dieciséis. Este hecho ha dejado una profunda huella en mi personalidad y ha definido el centro de mis esfuerzos personales y profesionales.
¿Cómo hacer la vida más feliz, más llevadera, precisamente sin esfuerzo? ¿Que hacer para que el bienestar resida en mi interior y se proyecte hacia afuera de forma natural?
Como dice un gran maestro: “El objetivo de la vida es llevar al ser al máximo desarrollo de su potencial. Y para ello es necesario el autoconocimiento.”
En el laberinto de la vida, los obstáculos son las grandes pruebas en las que, como Ulises en la Odisea, el ser humano se descubre a si mismo a través de la experiencia.
Y en ese caminar, he contado con aliados y aliadas de los que he podido aprender. Son los maestros y maestras.
En primer lugar mi madre, Andrea la Maestra. Todavía guardo el documento en el que mi padre le autorizó a trabajar, como si sus amplios conocimientos, superiores con mucho a los de mi padre, no fuesen título suficiente. Ella sacó el carnet de conducir, no le gustaba la casa, usaba pantalones y se puso peluca. Y creyó en la educación. Mi primera feminista que amé.
Mi padre es mi segundo maestro. Pasó de ser un hombre que me transmitió la vergüenza familiar y el miedo, a descubrir en él la capacidad que cualquier persona posee para transformarse. Y creyó en el aprendizaje. Mi primer hombre a quien quise.
La siguiente persona fue mi maestra Maryvonne Latrace. Una mujer que llega a Tenerife subida a una moto desde el mayo 68 parisino y me abrió a la magia de la mujer, grande, sensual, sexual y juguetona. Y creyó en el poder de la fragilidad. Mi primer cuerpo al que rendirme.
Estas dos son las maestras y el maestro semilla. Con uno hubiese sido suficiente para entender la esencia humana al mirarme en su espejo, sobre el que están escritas las letras de la sabiduría: perdón, compasión, correspondencia, compromiso, lealtad, ecuanimidad, justicia y paz.